lunes, 18 de julio de 2011

Tres menos uno = dos



Hemos vuelto a casa. Pero solo lo hemos hecho dos. Aún no he logrado despertar de este sueño horrible, pero quiero contarlo antes de que no pueda.



Mis malos augurios nos han empujado a viajar sin parar ni siquiera de noche, para llegar a C cuanto antes. Hemos cumplido de sobra con la misión que nos encargó Hidalgo, la esfera descansa en mi mochila y esta siempre cerca de mí para que nada le suceda, no sea que la perdamos después de tanto afán.

Sigo notando esa sensación de que algo ocurre en el resto del mundo y no creo que sea precisamente bueno. Ya hemos visto lo que queda de esta parte por la que viajamos y también sabemos, por lo que dice la gente, que los pájaros que parecen llamarse Nagishi
Y los Edterran cada vez son más y se extienden por más lugares. Yo se que preparan el camino para el Rey que ha de venir y quiero estar con mis hijos si eso sucede, porque si vamos a morir quiero estar con ellos.

Conducía Joaquín y Santi y yo dormitábamos en nuestros asientos, por esta parte de la carretera apenas hay pueblos y la sensación de soledad es grande, además, en la noche son terriblemente negras y hay que estar muy atento al volante. Sin previo aviso volvimos a sentir aquellos golpes secos que hacían temblar la tierra.

-        ¿Qué es eso? – pregunté aún más asustada de lo que ya estaba
-        No se, pero es lo que nos faltaba, que tuviéramos ahora un terremoto.
-        ¿Terremoto? ¿desde cuando hay terremotos por aquí?

Los golpes cada vez se sentían más cerca, a Joaquín le costaba mantener la dirección del 4x4 y sudaba copiosamente. Las luces de largo alcance iluminaban la carretera apenas lo suficiente para avanzar a no demasiada velocidad.

Entonces le vimos.

Caminaba hacia nosotros, estaba tan cerca que tuvimos que frenar la marcha porque el coche se balanceaba peligrosamente. Ya nos conocíamos, sabíamos quién era y cuál era su poder. Joaquín salió del auto y se posicionó detrás de él apuntándole con su rifle, no se para qué pues de sobra sabía que no iba a servir de gran cosa. Santi volvió a por su motosierra, la puso en marcha y salió fuera volviéndome a decir y esta vez muy seriamente que no me moviera de allí dentro para que no me viera.

Joaquín ha disparado continuamente hasta terminar el cargador, Santi ha rodeado al bicho, escondiéndose entre los matorrales de la cuneta, es grande y no demasiado ágil, mientras Jokin recargaba su arma San ha intentado cortar al Monoi por las patas, como hicimos con su semejante en el P. 





                         (Imagen del blog Heroes Olvidados)
                               
!Ha sido horrible! Aún no me lo explico, no lo quiero creer. El asqueroso monstruo se ha revuelto sobre sí mismo y ha agarrado a Santi por un brazo, la motosierra ha caído al suelo aún en marcha, iba saltando por la fuerza del motor de un lado a otro. Santi chillaba aterrorizado, el Monoi se lo ha acercado a la cara y lo ha mirado con esos terribles ojos, fríos y estáticos y se lo ha metido en la boca. ¡Por dios! No se lo ha           comido, jugaba con él y con su miedo, disfrutaba haciéndole daño, alargando su agonía, deleitándose en ella. He olvidado la advertencia de San y he salido enloquecida del coche, no sabía qué iba a hacer pero tenía que hacer algo.

La sierra seguía brincando por el suelo y entonces la he agarrado firmemente, casi me tira a mi también de la fuerza con que se movía. El Monoi no me había visto aún, seguía su juego con Santi y parecía disfrutar mucho con él. Se ha dado cuenta de que estaba ahí cuando le he dado el primer tajo en su pata trasera, me ha mirado entonces y sin saber porqué y para mi asombro, me ha lanzado una mirada que juraría estaba llena de ternura, con amor diría, si no fuera porque creo que esos seres son incapaces de semejante sentimiento. Me ha apartado de sí como si fuera un mosquito que le molestara, pero lo ha hecho suavemente.

Santi ha caído entonces de sus garras, ha rebotado en el suelo con un sonido seco de huesos rotos, he corrido a acercarme a él y he visto sus ojos mirándome con dulce agonía. Le he arropado con mis brazos y le he besado la maltrecha cara llena de heridas que sangraban. Ha muerto. Aún no puedo pensar en esa idea, Santi ha muerto. En ese momento ha sido tal mi rabia que, aprovechando que el Monoi parecía no odiarme y por eso no me atacaba, he tomado la motosierra de nuevo y he tratado de llegar lo más alto posible para ver si le acertaba en un lugar estratégico que lo dejara fuera de juego.

Joaquín despertó del estupor que le había producido ver morir a Santi. Corrió hacia el bicho, pero le frené en seco:

-        ¡Quieto! No te acerques, por una extraña razón el Monoi no me ataca. Déjame que yo intente matarlo, si no tú también morirás.

He intentado llevar al monstruo hacia una pequeña loma, me seguía dócilmente para mi sorpresa. El iba por el camino y yo trepé al altozano para quedar a la altura de su cabeza, aproximadamente, cuando lo tuve a mano, me di la vuelta y de un solo golpe rebané su cabeza, como hicimos la otra vez. Me creáis o no, el Monoi me miró, yo diría que sorprendido, como con dolor y la cabeza calló al suelo rebotando colina abajo hasta quedar en medio de la carretera.

Recordé el mandato de Hidalgo y ordené a Joaquín, que aún seguía atontado, que abriera la cabeza del animal y mirara si había otra esfera como la que yo llevaba en mi mochila cargada en la espalda. Sí, había una similar, quizá un poco más pequeña, pero con aquella apariencia de diamante sin pulir. La lavamos con agua de nuestro bidón y Jokin la metió en su bolsa. Cargando con ella recogimos el cuerpo de Santi, lo recostamos en el asiento trasero, lo tapamos con una de las mantas del maletero y salimos corriendo de aquel lugar.

Miré hacia atrás, el Monoi ocupaba la mitad de la calzada, era una mole oscura y pegajosa. Yo me preguntaba porqué no me había atacado a mí y sí lo había hecho con Santi y Joaquín. Pero este misterio tal vez no pueda aclararlo nunca.

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