domingo, 17 de julio de 2011

Camino a casa (premoniciones funestas)


Cambiamos de ruta

Hemos echado la última ojeada al lugar en el que tanto nos hemos divertido en épocas de nieve, en los buenos tiempos. Cargamos todos los víveres que hemos podido meter en el maletero y mantas, agua y la extraña esfera que ahora descansa en mi mochila. Santi sigue cargando la motosierra y Joaquín el rifle de cañones recortados. Tenemos que darnos prisa, de momento todo parece tranquilo así que enfilamos la carretera con una cierta tranquilidad.

Hemos rodeado el pantano, para la vuelta hemos cambiado de ruta, las aguas parecen revueltas, en las orillas se enganchan jirones de ropa descolorida y nos ha parecido ver algún cuerpo desmembrado, pero no nos hemos parado a asegurarnos de tal cosa, vamos muy rápidos, no hay tráfico. Llegamos a S a media tarde, queríamos parar a descansar en algún lugar tranquilo y nos ha parecido un buen sitio con sus casonas de piedra. Hemos buscado Santa María la Mayor, iglesia que había sobrevivido a tantos siglos con gloriosa belleza y que no encontrábamos por ninguna parte. Finalmente nos hemos dado cuenta de que no quedaban más que escombros donde antes se situaba la preciosa portada del románico afrancesado. Hemos buscado una entrada a las galerías que circulaban bajo los cimientos y allí hemos encontrado a gentes que se escondían y nos han mirado asustados al ver a desconocidos.

No podíamos confiar en que ese fuera un buen refugio así que hemos salido del pueblo pensando que estaríamos mejor en el campo, lejos de la gente. Todos nuestros alimentos eran tesoros que resultaban peligrosos si alguien los descubría. Camino de I hemos visto a lo lejos una casona de labranza y nos hemos acercado pensando que si no había nadie podríamos esconder el coche allí y descansar algo más tranquilos. No había luz alguna en las ventanas y no se veía a nadie ni ningún medio de transporte. Así y todo nos hemos acercado sigilosamente, Joaquín empuñaba su arma dispuesto a dispararla al menor contratiempo. Santi ha empujado la puerta con cuidado, se ha abierto pero algo tropezaba con ella en el interior y hemos tenido que empujar para que al arrastrarse nos dejara el paso libre.

Era el cuerpo de un hombre viejo, sus ojos nos miraban fijamente, las manos se agarrotaban sosteniendo con ellas la mejilla horriblemente descompuesta, como mordida o desgarrada, la oreja colgando de un delgado hilo de piel. Debía llevar muerto un tiempo porque su piel estaba seca y apestaba. El zaguán era húmedo y daba paso a una gran cocina con una mesa de madera en el centro y muchos cacharros sucios por todos lados, los habitantes parecían haberse ido de pronto y habían dejado todo tal cual.

Santi abrió una de las puertas que daban a aquella pieza, un dormitorio con la cama sin hacer se situaba en la primera, en la segunda había una pequeña sala llena de fotografías amarillentas y con un pequeño piano en un rincón y sobre él un acordeón. Al abrir la tercera puerta Santi recibió un golpe en la cabeza que lo dejó aturdido. Un hombre horriblemente demacrado, con los ojos hundidos en las órbitas y completamente aterrorizado le había golpeado con la pata de una silla o de una cama. Temblaba como si tuviera fiebre alta y al vernos calló al suelo de rodillas y rompió a llorar. No pudimos ayudarle demasiado, un poco de agua que apenas pasaba por su garganta, una galleta deshecha en leche caliente, que devolvió a los dos minutos.

- Volveraa nn – nos dijo – huyan de aquí porrr   queee volverán - Apenas podía articular palabra.

- ¿Quienes volverán? – preguntamos preocupados

- Ello oos, esos seres horribl  eees que salen de las paredes o del cementeri iiio y nos roban, se llevan a un oo o dos de nosotr oos y los matan como si fuer aaa un sacrificio sacríle eego.

Murió cogido de la mano de Joaquín y rodeado de todos nosotros. Al menos no lo hizo solo.



 Huimos






Volvemos a estar en la carretera, tengo un mal presentimiento, no se porqué, es como si algo me avisara de que el peligro está cerca y nos acecha; tengo miedo, cada día más, miro a Santi y Joaquín y se que ellos también temen algo. Atravesamos N por el extrarradio, no queremos problemas y tener que detener nuestra marcha, cuanto antes volvamos mejor. Hemos dejado a la derecha un precioso cementerio lleno de templetes y tumbas floridas, lo he visto a través de la verja de hierro forjado. He empezado a temblar, algo malo va a pasar, se lo he dicho a los hombres. Joaquín, que iba conduciendo, ha acelerado de pronto, seguro de que era cierto lo que yo les decía.

Ha aparecido de pronto, no se aún de dónde, de debajo del coche, del asfalto del camino, quizá sobrevolándonos; el caso es que se ha colgado del parabrisas delantero y hemos tenido que frenar, porque no veíamos nada. No se como explicarlo, era una especie de larva negra, repelente, con cuatro patas o brazos, ojos fríos y sin movimiento y una especie de morro sin labios. No parecía gran cosa, pero extrañamente ha conseguido que paráramos. Joaquín ha bajado el primero con su escopeta preparada, la lleva siempre encima de las piernas si conduce. Santi se ha vuelto atrás y me ha mirado muy severamente:

-        ¡Quédate ahí quieta y ni te muevas

Si no fuera por la situación me hubiera fastidiado mucho que me diera órdenes de esa manera. Pero comprendí que las cosas no estaban como para reivindicaciones femeninas. La motosierra estaba a mi lado, Santi la ha puesto en marcha antes de salir del coche. Joaquín ya había disparado medio cargador sobre aquel ficho asqueroso, pero las balas no parecían afectarle demasiado.

-        ¡Cuidado con ese animal! – chillé porque me recordé de pronto de la descripción de Rebeca y Brau y los demás, de los Edterran que atacaban por las zonas donde ellos viven, recuerdo que decían que matan a las personas como sacrificio a su Amo o Rey, para que pueda venir a la Tierra y convertirla en su reino.

Santi se ha encargado de él, lo ha rebanado como si fuera embutido de chorizo con la motosierra, se ha partido en dos dejando un reguero de ese liquido blancuzco como el que vimos en el Monoi al sacar la esfera. Era aterrador verle retorcerse completamente en silencio, sin articular ningún sonido, sin poderse quejar.

Hemos salido volando, lo hemos dejado en medio de la carretera, si teníamos miedo ahora tenemos aún más. Sabemos que pueden aparecer más cuando menos lo esperemos. Y yo sigo sintiendo esa especie de premonición de que algo nos va a pasar y de que no va a ser precisamente bueno.
 









2 comentarios:

  1. Vaya,aunque los relatos de Terror no son lo mío, éste parece muy interesante.Me ha llevado hasta el final sin un respiro. Suerte en el proyecto. Saludos.

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  2. Gracias Juan, bienvenido y no te vayas que aún queda algo de historia.

    Saludos cordiales.

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