jueves, 22 de septiembre de 2011

El último


Llegar hasta aquí nos ha costado mucho tiempo y esfuerzo. Hace mucho que nuestra vida no es fácil, pero ahora se ha vuelto ya insoportable. Mis huesos se resienten por las penurias del camino, por no poder descansar en un lugar caliente y cómodo y por comer cada día en un lugar diferente y casi siempre comidas frías. Hemos atravesado media Francia, paramos en Toulouse para aprovisionarnos una vez más. Las calles estaban desiertas y apenas en algunas funcionaba la luz de las farolas. Tenía un aspecto tan siniestro que, asustados por el silencio y aparente soledad no nos dimos cuenta de que nos seguían por las callejuelas cercanas. No pudimos evitar que una cuadrilla de desarrapados nos asaltara en busca de algo que pudiera servirles. Eran hombres viejos y jóvenes con aspecto desesperado y hablándonos en un francés tan precipitado y pastoso que no podíamos entenderlos. No quiero recordar los golpes que dimos ni los que recibimos, pero fueron muchos, enzarzados en la pelea no lo vimos acercarse; yo sí lo olí, conozco su aroma acre y desagradable, apareció por detrás de la casa blanca de persianas y ventanas verdes, la demolió materialmente con una de sus pisadas. Lanzó uno de aquellos gruñidos o lo que fuera, que helaban la sangre y entonces nuestra pelea quedó congelada en el aire como una película interrumpida de pronto.
Salimos corriendo, sin mirar atrás; intentábamos alejarnos de una manera estúpida porque una sola de sus zancadas conseguía rebasarnos en nuestra carrera. Pisoteó a un francés y seguido a otro que corría a su lado y escuchamos crujir sus huesos entre sus lastimosos lamentos. Corrí hacia un edificio que me pareció más sólido que los demás en la confianza de desaparecer de su vista y deseando que no pudiera destruirlo con su fuerza. Necesitaba parar un momento, buscar mi fuerza en el silencio y la serenidad. Giré a ver si los demás me seguían y vi como aquel bicho asqueroso cogía a Biog, nuestro mano vacía menorquín y se lo tragaba de un bocado. Me puse a chillar, chille tanto y tan alto que atraje la atención de nuestro enemigo y le vi abalanzarse sobre mí.

Odio a estos bichos con toda la fuerza de mí ser, me habían dicho que ya no quedaba ningún Monoi y sin embargo aquí estaba aquél, horrible y sanguinario como los demás. Huyen, retroceden hacia el sur y el norte, no importa hacia dónde pero les hemos visto correr e incluso darnos la espalda cuando nos hemos cruzado de pronto. Este lleva toda la maldad del universo en su interior y no huye. Sabe que es fuerte.


Markel intentaba acercársele por la espalda, no sé qué pensaría hacer pero no podía dejar que el monstruo lo matara. He alzado mis brazos al cielo y con voz fuerte y segura he invocado a mis dioses :
- ¡Brígida, diosa guardiana y protectora, tu que nos proteges de las situaciones difíciles y eres fuerte y sabia acude en nuestra ayuda! Poderes del mundo de las tinieblas donde habitan juntos la vida y la muerte venir a mi!
El Monoi ha frenado su carrera cuando ha escuchado mi voz, me teme lo sé. Sabe que soy quien ha destruido a sus semejantes y sabe que puedo matarle también a él. Mi fuerza le ha alcanzado justo cuando huía y no hemos podido ver si moría o no, hemos corrido todos despavoridos en dirección contraria hasta perdernos en el camino hacia el norte.

Esta noche descansamos en medio de un bosque, hemos comprobado que todo estaba allí en orden y hemos puesto vigilancia. Huyen pero son peligrosos. Seguimos nuestro camino en busca del Ejército del Dragón y yo estoy muy cansada y triste y quisiera estar en mi casa de Cantabria y seguir trabajando en mi boutique aguantando las crisis y los malos momentos. Pero allí en el hogar.

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