viernes, 16 de septiembre de 2011

Atravesando la muga


Seguimos vivos, seguimos caminando en busca del Ejército del Dragón; después de varias reuniones hemos decidido encaminar nuestros pasos a Centroeuropa, por allí se desarrolla ahora la batalla más cruenta, la que será la última, la que cerrará para siempre las puertas del infierno si todo sale bien, tal como lo planeamos. Atravesamos la muga después de un pesado viaje hacia el norte. Hemos sufrido mucho en este trayecto porque el país está irreconocible, destruido y triste; Hidalgocinis se comunicaba por fin con nosotros, estamos ahora más preocupados que estábamos porque lo tienen encerrado en un Castillo, no sabemos dónde, y aunque él trata de tranquilizarnos asegurando que su imposibilidad de caminar y lo que se ha afectado su salud con todo esto, no son impedimento para defenderse, dudamos mucho que pueda escapar de su raptora, su sombra necesita su cuerpo.


Pero el mensaje se ha interrumpido súbitamente, por lo que pensamos que algo malo le ha pasado.
Hemos atravesado la frontera por Roncesvalles, es un recorrido abrupto y escarpado, pero mucho más tranquilo y poco frecuentado y además de una gran belleza. Desde sus magníficas cumbres verdes hemos podido contemplar grandes extensiones de España y Francia. Estos caminos han sido pisados por muchos peregrinos en todos los tiempos, que iban camino de Santiago. Aquí se gestó la supremacía de la cristiandad sobre los musulmanes. Nuestro pequeño ejército necesitaba descanso, así que nos hemos refugiado en la hermosa Colegiata de piedras negras de humedad y años. Allí nos han dado asilo los encargados de cuidar que nada destruya aquellos lugares sagrados con tanta historia.
Me preocupa este largo viaje y la aventura de lo desconocido. No podía dormir y me he paseado en medio de la oscuridad aspirando el aire puro y húmedo y contemplando el cielo estrellado, allí parecía estar más cerca. No sé por qué de pronto ha venido a mi memoria un pequeño párrafo de uno de los cantos del Canto de Roldan:

"Claro fue el día, esplendente la mañana. Bellos son los ejércitos, poderosos los escuadrones. Los de vanguardia chocan. El conde Rabel y el conde Guinemán sueltan las riendas y espolean vivamente a sus veloces caballos. Los francos se lanzan a la carrera y comienzan a herir con sus lanzas afiladas".

No hay ninguna belleza en esta guerra y precisamente vamos en busca de los francos y demás europeos para luchar juntos contra nuestros enemigos venidos del infierno en las entrañas de la tierra.
Bajábamos por el puerto, las paredes de los montes rezumaban humedad y en los pinares se escuchaba el canto monótono de un cuco. Nos acercábamos a San Juan al Pie del Puerto, apenas nos separaban del pueblo las últimas curvas y podíamos divisarlo partido por el río, con sus pintorescas casas asomadas a él de estilo vasco montañés. Algo ha ensombrecido el sol que se colaba por entre los árboles.


- ¡Atentos! ¡Peligro! Todo el mundo en guardia.
Dos horribles demonios voladores aparecieron de pronto, venían por el oeste y creo que ya nos habían visto antes, porque inmediatamente nos atacaron. Márkel se puso delante de mí en una actitud muy protectora, los demás salieron de los vehículos (por cierto muy variopintos, lo que habíamos encontrado en condiciones). Esos pajarracos nos miraban con ojos inyectados en sangre, sus chillidos helaban la sangre y parecía imposible que no acertaran a atraparnos a la primera, tal era la sorpresa que nos paralizaba. Márkel ha preparado su ballesta de flechas muy afiladas y envenenadas, la que ha estado preparando con mimo todo el tiempo que hemos pasado inactivos. Su primer disparo le ha dado a uno de los bichos en una de las patas. Ha dado una voltereta sobre sí misma y parecía que fuera a caer, pero entonces yo he mandado mi orden a su pequeña cabeza. Yo soy la muerte, tu vida me pertenece. Ha frenado en seco, han intercambiado sus gritos entre ellos, parecían hablar, y después han descendido a mi lado y se han quedado allí quietos, humillados. En sus ojos he comprobado que me temen, ya me conocen. Conocen mi poder.
Márkel me ha mirado fijamente esperando mi orden. No he tenido piedad, sé que si les dejo vivir otros morirán. Con un ligero movimiento de mis ojos he autorizado a Márkel y los demás para que disparen. Ha sido horrible la mirada de terror con que se han despedido de la vida. No contaban con mi impiedad. Han caído a mis pies y a un gesto mío han desaparecido convertidos en polvo. Entonces es cuando hemos visto a un tercero que contemplaba toda la escena desde lo alto y ha huido velozmente:
- ¡Vete, vete! – he gritado – huye y cuéntaselo a tus semejantes. Yo soy Blanca Cueto, renacida en el reino de Asad, la que gobierna sobre la vida y la muerte y
la que destruirá vuestro mundo muy pronto.


Todo parecía más o menos normal en Saint Jean, gente caminando afanosa por las callejuelas, una especie de pequeño mercado desabastecido y muchas murallas de enseres preparadas para la defensa. Algo ha llamado mi atención enseguida. La mayor parte de los hombres y mujeres del lugar llevaban una cinta verde, roja y blanca rodeando su frente, como si quisieran indicar que todos pertenecían a algo. Había otros, los menos, que por lo que vi no eran del pueblo, que llevaban unos pequeños chalecos de flores moradas y amarillas. Pronto me explicaron que cada zona había elegido un distintivo para reconocerse en el ejército del Dragón, hacia el que ellos también se encaminaban, todos querían encontrar pronto al líder de este ejército al que llaman Mes, al que todos admiraban y del que contaban fantásticas anécdotas de valor y fuerza.
Mis hombres y yo ahora nos reconocemos por el guante de corta de malla en nuestra mano izquierda. Ahora parecemos más un ejército y estamos dispuestos a seguir nuestro camino en cuanto descansemos un poco y nos aprovisionemos de nuevo.

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