jueves, 3 de noviembre de 2011

Sobrevolando la batalla



Rosario nos llevó directamente a la zona de la muralla donde se encuentra la puerta del túnel que servirá de escapatoria a Pabrich si las cosas se le ponen feas. Por el camino vimos marchar en la misma dirección a muchos antiguos esclavos, todos desarrapados pero armados hasta los dientes. Nos han dicho que debemos reunirnos  ante las diferentes puertas que dan acceso a la Fortaleza de Berlín, al parecer esas son las órdenes para todos, diablos, esclavos, campesinos, nosotros, todos.
 A 50 kilómetros de nuestro destino, nos tropezamos con un grupo de Hijos del Caos, era una avanzadilla que inspeccionaba el terreno. Ahora se hacen llamar el Ejército del Caos y van al encuentro de los campesinos y antiguos esclavos y lucharan con nosotros para detener a las tropas del Dragón. Caminaban muy rápidos, como si temieran que la batalla comenzase y no llegaran a tiempo. Nosotros marchábamos muy cargados con todas nuestras armas y petates y estábamos realmente cansados, empezaba a hacer frío y no habíamos comido caliente hacía días. Hicimos un alto, entonces uno de los Hijos del Caos se acercó a mí y me dijo: Sahira zu Monoi  (Es así como me llaman) ¿Me recuerdas? Le miré atentamente pero no tenía ni idea de quién podría ser. Pertenecía al grupo de Andy, me dijo y muy excitado me informó de que la Profecía de la que ya os he hablado había resultado ser falsa. Estaba haciendo guardia cuando se lo avisaron a Andy y él fue quien preparó su caballo cuando salió velozmente en busca de Rebeca. La vida de Rolando peligraba,  el músico puede que no llegara a tiempo.

Hicimos un pequeño alto y después retomamos la marcha. Teníamos prisa, la teníamos , desde luego.
Si ya nos había parecido dura la marcha, lo que vino después fue mucho peor.  Ya veíamos a lo lejos las murallas de aquella fortaleza en la que estuve a punto de perder la vida, donde había visto morir a Pilar y donde se refugiaba el hombre-animal que pretendía tomarme por su esposa. Birbag revoloteaba a mi alrededor muy nervioso, olfateaba el aire como si oliera el peligro, no se apartaba de mí como el fiel compañero que era.  Anochecía cuando les vimos venir, caminaban como fantasmas, con pasos torpes y mecánicos y eran muchos… dimos la voz de alerta y nos enzarzamos en una absurda batalla contra aquellos seres extraños que caían atravesados por nuestras armas y volvían a levantarse para seguir luchando. No podíamos con ellos y estábamos a punto de salir huyendo cuando ordené a Birbag  que los sobrevolara y lanzara su fuego mortal contra ellos, gritaban con sus voces sordas, cuando sintieron el fuego. No acabamos con todos pero retrocedieron y pudimos seguir avanzando. Muchos de nuestros hombres habían salido mal parados, aquellos muertos vivientes comidos por los gusanos nos habían hecho retroceder, pero el fuego los había lanzado a una lucha fratricida, se destrozaban los unos a los otros y sin saber cómo recuperamos parte del terreno perdido.




El campo de batalla estaba cubierto de aquellos muertos putrefactos y hediondos. Recorrimos todos los rincones donde pudieran haberse escondido otros y para nuestra sorpresa hayamos un grupo considerable de demonios que, encadenados a las vigas de una vieja iglesia gritaban pidiendo ayuda. Eran prisioneros que los Hijos del Caos habían abandonado en la imposibilidad de vigilarlos más. Dudé sobre lo que debíamos hacer con ellos, finalmente y en vista de que morirían allí encadenados, me juraron obediencia si con ello salvaban sus vidas. No estaba muy segura de que fueran a cumplir sus promesas, pero me hacían falta hombres ahora. 

Más o menos a mediodía vimos el sol ensombrecerse y una mancha negra aproximarse a nuestras posiciones. Birbag volvía de reclutar a su ejército de Nagishis, porque iban a hacernos falta todas nuestras reservas y más que se nos unieran.  Dejé a mi dragón que descansara un poco y después le pedí que me llevara a sobrevolar el campo de batalla, necesitaba saber dónde estaban nuestros amigos y si habían tenido más suerte que nosotros.  El cielo estaba negro de polvo y humo, una plaga de moscas volaba en desbandada tropezándose con nosotros, ciegas de terror.  Los hombres de Rodrigo, Andy y los demás se empleaban a fondo contra los muertos vivientes, pero era evidente que no podrían con ellos. Traté de hacerles señas para que supieran que estábamos cerca y que vendríamos a ayudarles.
Casi había amanecido cuando llegamos al campo de batalla, para mi sorpresa allí también los zombis se mataban los unos a los otros de manera encarnizada. La muralla de muertos apestosos era ya tan alta que parecía un nuevo parapeto protegiendo la fortaleza. Nuestros amigos estaban agotados. Birbag me depositó cuidadosamente en el suelo y pude comprobar que ninguno de los muertos más próximos era alguno de ellos.
Aquí ya no hacíamos nada, nuestras tropas estaban diezmadas, pero habíamos destruido a aquel ejército de muertos vivos.  El Dragón estaba un poco más solo. Sobrevolamos todas las murallas en busca de alguna fisura o menor protección para el próximo ataque. Nos dispararon desde las almenas y las torretas, algunos de mis Nagishis cayeron fulminados y así antes de quedarme sin ninguno, decidí regresar a nuestro campamento.




Sucedieron más cosas y creo que aún están por suceder las peores y las mejores.

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