lunes, 25 de abril de 2011

De vuelta



Ha llovido toda la noche y la carretera estaba mojada y gris, he venido hasta Santillana, camino de Santander, por la costa solo por ver el mar desde arriba, porque sabía que estaría hermoso. Oscuro, espumoso, en movimiento continuo, las gaviotas volando bajo en busca de algo que comer. He entrado en la ciudad más comodamente de lo habitual, se nota que no hay colegio y por lo tanto tampoco autobuses.

Le he llamado a mi socia y le he pedido que abra ella la tienda y así me he venido directamente a casa. Tengo cosas que hacer y puedo hacerlas aquí desde este ordenador. Hay que mirar catálogos y tengo unos cuantos, para ir eligiendo cosas para la próxima temporada. Quiero saber muy bien lo que vamos a comprar para cuando vengan los representantes no perder tiempo y no comprar al tuntun.

Se me cae la casa encima, sin los niños, que se han quedado en Comillas con mi madre y la cuidadora y sin Pablo que regresa hoy. Tengo que hablar con él, porque no hay nada peor que la duda. Algo que me ha dicho un señor ayer me ha dejado pensativa y también porque no decirlo, triste. Si no fuera porque soy yo la que sale perdiendo en este asunto, hasta podría entenderle porque la vida suele hacerse aburrida a veces, sobre todo en estos asuntos del corazón cuando lo tienes hipotecado. Fríamente parece casi imposible de obviarlo, pero no se puede mirar fríamente algo que tiene que ver con los más profundos sentimientos. Y no tiene nada que ver con el sexo, o por lo menos lo del sexo es lo de menos. Lo de más es la confianza que hemos puesto en el otro, o la lealtad que esperamos, o la decepción y la sensación de que no te valoran lo suficiente como para preferir a otro.

La ciudad está medio vacía por un lado y medio llena por otro, este lado es el Paseo Pereda y todos los lugares cercanos que es por donde se pasean los turistas que nos vienen a visitar. La verdad es que Santander deslumbra siempre a los que no la conocen.

Voy a ponerme a trabajar.

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