jueves, 9 de junio de 2011

Encuentro en el campo




Estoy escribiendo ahora porque quiero contaros algo y creo que luego no podré hacerlo. Esta mañana, bien temprano he tenido una sorpresa: han llamado a la puerta y al abrir me he encontrado con Santi con cara de frío, bien arrebujado en su cazadora de monte. Me ha pedido asilo con una voz tan persuasiva que no he podido negarme. Ha salido corriendo a por su bolsa, ordenador y otros trastos y se ha quedado en medio del hall esperando mis órdenes. No se dónde voy a ponerle, la casa está llena de gente y no es demasiado grande, hemos habilitado el garage como habitación para la pareja de ayudantes, así que tendré que reunir a los niños todos juntos en una habitación. Veremos.

Hemos tomado un café en la cocina y mientras me ha explicado y le he explicado las últimas novedades. Ha traido una nueva carga de alimentos y cosas de primera necesidad, así que las hemos colocado en la despensa y luego hemos decidido que vendría bien dar una vuelta por los alrededores a ver si todo está tranquilo. Adrián se ha sorprendido al ver a Santi en casa, pero se ha unido a nuestra inspección. Hace aún bastante frío por las mañanas, la niebla tarda en despejarse, así que nos hemos abrigado bien.

Por las cercanías todo estaba tranquilo, luego hemos decidido subir por la ladera hasta la zona de riscos y cuevas, por donde solíamos hacer escalada con el buen tiempo. Y es allí donde hemos encontrado las primeras cosas raras. La maleza se hundía en algunos lugares, las depresiones formaban una especie de camino que decidimos seguir. Nos llevó hasta una de las cuevas; alguna vez en otros tiempos la habíamos explorado, así que nos animamos a entrar y nada más hacerlo empecé a notar el olor extraño, ese que parecía de pescado y algo podrido, no se me puede olvidar desde lo de la tienda. Allí estaba el huevo enorme, ennegrecido y en apariencia tranquilo y solitario así que nos hemos acercado a tocarlo. Estaba caliente y algo parecía moverse por dentro. Hemos dado un respingo y hemos salido al aire libre muy nerviosos.

No sabíamos que hacer. Ese bicho nacería en poco tiempo y podía ser peligroso. Hemos bajado casi con el culo pegado al suelo de la velocidad, en busca de Vicente y la motosierra. Lo han destruido; el bicho, del tamaño de un muchacho aún, gritaba de una manera horrible, de los cortes brotaba un líquido viscoso de olor nauseabundo, les ha costado matarlo pero finalmente lo han conseguido. Ha quedado esparcido por la cueva ya que no nos hemos entretenido en esconderlo. Teníamos miedo a que la madre se presentase.

Ahora tenemos un miedo añadido porque cuando vuelva seguramente se enfadará mucho..

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