- ¿Quiénes sois vosotros - me preguntó con voz cascada - ¿Qué haceis aquí?
- Huímos, nos escondemos - le dije - el mundo se descompone, ha sido invadido por seres extraños y todo esta medio en ruinas. Intentábamos descansar en un lugar seguro, antes de volver a emprender viaje. ¿Y tú quién eres? ¿Cómo es que no sabes lo que está pasando?
- Yo vivo aquí desde hace muchísimos años; no me gusta la gente, no me gusta el mundo, por eso vivo aquí apartado de todo eso y ahora venís vosotros a interrumpir mi vida tranquila.
- ¿Y esta iglesia? ¿Eres un eremita?
- No soy un hombre de fe, si es eso a lo que te refieres, me encontré todas estas cosas que ves aquí en mis salidas en busca de comida y otras cosas necesarias. Me gusta verlas aquí. ¿A dónde vais? no quiero que os quedeis mucho tiempo, me gusta mi soledad.
Le explique lo que pasaba por el mundo, me escuchó atentamente y después desapareció. Me quedé allí en la oscuridad, sola y asustada. En medio del silencio me llegó el viejo sonido siseante que ya me era familiar. La nueva corriente ascendía hasta mi cabeza avisándome de que algo iba a suceder y yo sabía perfectamente que tenía que ver con el Monoi o alguno de sus hermanos. Escuché las voces a lo lejos, me preparé por si hacía falta, con mi espada de romanos bien afilada. Eran ellos, todos juntos sin que faltara nadie, el ermitaño los había guiado hasta aquel lugar. Le hablamos de los Monoi y de nuestros encuentros con ellos en el Pirineo. Nos escuchaba sorprendido, quería decirnos algo, se había puesto muy nervioso.
- Tengo que enseñaros algo - nos susurró como si fuera un secreto - si me seguís lo veremos. Hay que andar un rato, tardaremos un poco en llegar.
Atravesamos otros pasadizos, llegamos a una sala enorme con un pequeño arroyo que manaba de entre las rocas, en el cielo abobedado una hendidura profunda dejaba pasar la luz del sol tamizada por algo que daba sombra, puede que algún matorral o arbusto. Empecé a temblar, mi cuerpo se agitaba sin control, caían por mi frente gotas de sudor frío. Pensé que era debido a mi reciente enfermedad, pero había algo más, empecé a sentir un miedo incontrolable y supe con absoluta certeza de que un Monoi estaba cerca. Les dije a mis compañeros que debían prepararse para lo peor, un susurro monótono e inquietante llegaba por una de las galerías, justo la que nuestro anfitrión tomó para seguir nuestro camino. Todos estábamos tensos y preocupados.
- Hace un tiempo que me lo encontré en una de mis inspecciones, No sabía lo que era, ahora comprendo que tiene que ver con lo que contais. Hay muchos, a veces se mueven y se escuchan sus voces, son enormes y no se de dónde han venido.
Llegamos por fín a la parte más profunda de la cueva y allí estaban, pegados unos a otros como dándose calor, brillantes y moteados, vivos. Muchos huevos de Monoi, ya los conocíamos, esperando con su nueva cría en el interior el momento de nacer.
- !Por dios! son muchos, son enormes... ¿Cuántos habrá? si nacen todos será imposible luchar contra ellos ¿qué podemos hacer? seguro que las madres estarán cerca. Deberíamos irnos inmediatamente y pensar en qué hacer, luego.
Recomendamos al asceta que se pusiera a salvo dejando aquel lugar, pero no pudimos convencerle, aquella era su casa desde hacía muchos años y no quería avandonarla. Nos indicó el camino a seguir entre los montes para llegar a nuestra meta: Santa Elena, en el parque natural de Despeñaperros. Aquel era el lugar en el que todos nos reuniríamos antes del gran encuentro.
Desde aqui y hoy quiero tranquilizar a Hidalgocinis que se inquietaba por nuestra suerte. Estamos bien, caminamos a marchas forzadas hacia el lugar acordado y no tardaremos en llegar. Seguramente mañana, ya que estamos cerca.
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