lunes, 15 de agosto de 2011

Resucitar a los muertos


Lo que ha sucedido era peor de  lo que hubiera podido esperar, aunque por otra parte no se porqué me sorprendo. He atravesado la delicada cortina que separa a los vivos de los muertos y se cuando un muerto no podrá nunca resucitar. Rolando era un cadaver de los que jamás volverían al mundo que llamamos real, por lo tanto ese Rolando que yo había visto saliendo y entrando por el campamento debía tener algo de maldito, algo de odiosa maldad. Me costó reponerme del golpe, apenas podía respirar cuando le perdí de vista en medio de la oscuridad, por eso me acerqué al Hummer de Rebeca ya que estaba segura de que aquello tenía que ver con ella y su desmedido amor por él.

Rebeca estaba loca, creo que aún lo está. A veces no podemos evitar cometer esas locuras que cambian para siempre nuestras vidas y ella había perdido la razón por aquel hombre. Me acerqué al coche a preguntarle qué le pasaba, estaba sentada al volante y detrás pude distinguir una sombra que imaginé sería Rolando; sin previo aviso pisó el acelerador y arrancó levantando una nube de polvo y piedras. Menos mal que no podía correr porque estábamos rodeados de petates, tiendas, gente… yo quedé colgada de la manilla de la puerta. Afortunadamente he vuelto de Asad y controlo mi fuerza y mis sentimientos. Me arrastró por el camino hasta que tuvo que detenerse, Enrique corría tras de nosotras.

La miré a través de la ventanilla

-    ¡Abre esta puerta de mierda de una vez Rebeca! ¿Qué coño estás haciendo? – dije

Creo que, a pesar de que me miraba espantada, no me veía. Parecía muerta, sentada allí como un esperpento.

-    ¡Abre joder! O tendré que abrir yo y destrozaré tu Hummer… - Le miré directamente a los ojos, de los míos brotaba toda la fuerza de Begía la diosa de la mirada ardiente, de tal manera que me obedeció al punto.




¡Dios, dios, dios! No lo pude resistir, no estaba preparada para aquel hedor insoportable, aquella mezcla de putrefacción, azufre, excrementos y amoníaco. Vomité hasta la primera papilla, las arcadas subían por mi vientre hirviendo como lava de un volcán. ¡Qué sensación de ahogo, que asco infinito! Enrique llegaba en ese momento, resoplando por la carrera. Dio un grito y se fue hacia los matorrales a devolver, igual que yo.

-    ¡Qué cojones es esto! ¿a que huele? – preguntó cuando por fin pudo hablar

-    Es Rolando – le dije

-    ¿Rolando? ¡Estás loca Blanca! Rolando está muerto.

-    Sí y no Enrique, estaba muerto y no se cómo Rebeca ha conseguido resucitarlo. Está ahí dentro de la camioneta. Pero no te acerques porque vomitarás de nuevo. Déjame a mí que yo solucionaré esto de una vez y para siempre.

Tuve que centrarme, olvidar las emociones y enfriar mi mente y mi cuerpo, salí de mi envoltura terrenal y clamé a los dioses de Asad para que vinieran en mi ayuda.
-    Rolando ¡Ven a mi! – ordené apenas en un susurro, concentrando en mi voz todo el poder que emanaba de mi interior.


Entonces fue cuando Rebeca se volvió loca. Gritaba, arañaba y mordía a Enrique, que trataba de sujetarla para que no se metiera entre el coche y yo. Se abrió la puerta trasera y una figura horriblemente pálida, cerúlea, con trozos de piel colgando de su cara y manos salió de dentro y me miró con ojos opacos e indiferentes. No podía ser él, no lo era, por eso pude hacerlo desaparecer para siempre.

Le ordené acercarse y cuando estuvo a mi altura levanté mis brazos y con los ojos cerrados pronuncié las palabras de la muerte cierta: Tecmero, rectosis, mortuorum;  toqué su hombro con mi mano, su cuerpo se sacudió como atravesado por un rayo, convulsionándose hasta que se fue encogiendo, arrugando y calló al suelo. Era un amasijo de carne putrefacta que se iba desprendiendo en tiras nauseabundas para finalmente no quedar más que su esqueleto sobre la tierra. 

Caí al suelo agotada por el esfuerzo, apenas podía respirar y mis ojos lloraban pequeñas lágrimas de sangre. Rebeca consiguió soltarse de los brazos de Enrique y se abalanzó sobre mí totalmente fuera de sí. Gritaba como un animal, su voz brotaba de lo más profundo de su garganta, no eran palabras, eran solo un alarido espantoso que se expandió por todo el campo. Toqué su frente para sosegar su agonía: Penta supratne, rensium; mis palabras fueron dulces, le dije que comprendía su dolor, que yo también lo echaba en falta pero que teníamos que dejarlo ir. Solo entonces me di cuenta de que realmente había deseado a aquel hombre, su fortaleza y valor, incluso su indiferencia había sido imán para mí;  lo vi aparecer como un guerrero aguerrido para salvarme la vida y ese recuerdo había permanecido en mi corazón imborrable. Había soñado con él aventuras emocionantes y cálidas y después lo había enterrado definitivamente entre mis mejores recuerdos porque aquel hombre no me pertenecía y ya tenía dueña.



Lo enterramos, esta vez para siempre. Fue imposible averiguar por Rebeca quién y porqué había convertido a Rolando en un zombi, un muerto viviente, ella parecía estar en otro mundo completamente absorta, sorda y muda a cualquier cosa que no fuera su dolor. Enrique y yo hablamos sobre la conveniencia de reunirnos con nuestros líderes, porque podría ser que Rolando ya hubiera pasado información secreta a los que lo mandaban. Pero eso quedará para mañana, de mientras nos dejamos llevar por nuestros sentimientos, él la ama a ella, yo la comprendo y lo quería a él. Se lo que es amar a un hombre y perderlo, de tener la oportunidad, cualquiera que sea, de volverlo a recuperar no la desaprovecharía seguramente. De mientras espero que Rebeca recobre el sentido común y nos cuente todo lo que aún no sabemos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario